domingo, 8 de diciembre de 2019

La polizona


Cuando sales de viaje, es fácil preparar el equipaje, sobre todo si sabes cuánto tiempo vas a fungir de Odiseo. Pero, ¿qué llevas cuando te vas? No cuando vas de viaje, cuando te vas. ¿Cuántas cosas te hacen falta para vivir? 

Según cuenta una leyenda, Sócrates se rio al ver un sinnúmero de vendedores ambulantes (vamos, manteros, buhoneros de los de hoy) en las afueras de Atenas, al tiempo que dijo: «¡Cuántas cosas que no necesito!». Si piensas como Sócrates, no necesitarás muchos objetos. ¿Diez?, ¿quizás cincuenta o cien? No más. Y, aunque no lo pongas en la maleta, hay un elemento que va en el equipaje de polizona. Esta polizona es más fuerte en tanto en cuanto sea mayor la ausencia prevista. Si es el resto de tu vida, ¡prepárate!


Imagen tomada de pixabay.


¿Qué tanto pesa esta polizona? Si la computasen en la taquilla de la aerolínea para facturarla, necesitarías un montón de dólares para darle cabida. Pesa, pesa mucho a pesar de que nunca la metiste en la valija, ni siquiera la mencionaste; aunque, acaso, pensaste en ella. Sí, en ella sí pensaste. Y luego de la partida la has pensado más y la has sentido con hondura. Cabalga contigo casi todo el tiempo y tú tratas de evadirla, de hacerle sentir que no es nada ni nadie, que no la convidaste tal como sí lo hiciste con las camisas.

En mi comentario sobre la película África mía, lo expresé así: «...los problemas existenciales van en la valija, adonde vaya su dueño». Y, aunque esta polizona de la que hablo no es un «problema existencial» como tal, se le parece mucho. Se coló en la maleta, con el olor a tierra mojada, el petricor, con el perfume a mastranto y otras fragancias, junto con las tonadas de Simón Díaz y las canciones de Contrapunto y Serenata Guayanesa, y las miles de imágenes de momentos vividos junto a gente inolvidable y los sabores de centenares de manjares y el recuerdo del sopor que causan las torrenciales lluvias de agosto y...


Mi querencia, de Simón Díaz.


Esa polizona quizás te acompañe el resto de la vida. Fueron sesenta años allá, no una semana. Así que, acompáñeme señora morriña y, por favor, no me riña.


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