martes, 10 de diciembre de 2019

La escoba de Neptuno


Sí, yo estuve en Cayo Pelón. Estuve en tres o cuatro oportunidades: en los años ochenta, en los noventa y en los primeros años del nuevo milenio. Soy una de las privilegiadas personas que lo visitaron antes de que el mar lo devorara. Recuerdo las cálidas aguas que bañan esos cayos. Una vez tuve que salir a la playa para refrescarme con la brisa porque el mar estaba tan caliente que me hacía sudar. Cosas del trópico. Se podía ir a Cayo Pelón nadando desde Cayo Muerto; quizás caminando, no lo sé; no lo intenté, pero estuve a punto. ¡Es que lo tenías a tiro! La napa de agua es tan fina como un velo en algunas de las playas de Morrocoy. En la de Varadero te adentras cien metros o más y para que el agua te llegue a la cintura tienes que sentarte en el lecho marino. Cosas del trópico. El Parque Nacional Morrocoy es un paraíso y Cayo Pelón era un oasis en medio de él. Un oasis de arena prístina, sin vegetación, ni una palmera. Ahí se iba a tomar el sol, a quemarse la epidermis. Y a bañarse y a regalarse el infantil anhelo de recorrer en minutos una isla con el solo andar. Unas enormes piedras fortificaban parte de su perímetro. Inamovibles piedras, pensaba uno. De nada le sirvieron, Neptuno barrió con ellas, barrió con la arena, barrió con todo. ¿Cosas del trópico?

Sí, la madre natura alumbra nuevos territorios, y sepulta otros. La tectónica es capaz de todo, ¡hasta de mover continentes enteros! Que un volcán dé al trasto con Krakatoa lo entendemos, ya sabemos que la violencia acaba con lo que tenga a su alcance; pero que un plácido islote, cuya área se mide en cientos de metros cuadrados, emplazado en las tibias y serenas aguas del paralelo diez, desaparezca sin dar explicaciones, ¡eso no! No hay manera de entenderlo. No, ya no habrá ocasión de disfrutar del montículo de arena blanca y gruesa inserto en un mar entregado con desgano al remojo de sus orillas. Lo más desconsolador es el momento en el que te enteras de su irreversible desaparición.

De Tucacas salimos rumbo a Los Juanes, ese sitio mágico en el que tocas el fondo del mar con la punta de los dedos, como si estuvieras danzando un ballet en cámara lenta; sitio en donde caminar y flotar son sinónimos uno del otro, la llamada «piscina natural». Luego tomamos la lancha para ir a Cayo Pelón. Entramos a la bahía desde el este, a la derecha teníamos a Cayo Peraza y, un poco más allá, Cayo Muerto. A la izquierda debería estar nuestro destino, pero no estaba; ya las aguas, ahora en estático remanso, lo habían engullido. ¡Ah malaya, el cayo ha desaparecido de la geografía! ¿O acaso es el rítmico juego de la gravitación universal coligada con la Luna?

Antaño eran los caprichosos juegos de la pleamar y de su hermana, la bajamar. Nos aseguraron que ahora no se trataba de la nigromancia newtoniana. «¡Cuidado, que no encalle la lancha, Eduardo!». Porque todavía quedaban reminiscencias del cayo a pocos decímetros de la superficie. Y encalló. Hubo que bajar y empujarla para salir de la trampa de arena. ¡En lo que Cayo Pelón ha devenido: en una trampa de arena!, ¡qué ironía! ¿Qué lo causó? ¿Unas bacterias?, ¿la tectónica?, ¿quizás el dióxido de carbono, es decir, nosotros? Las variadas respuestas, envasadas todas con el desconocimiento de los verdaderos —y científicos— motivos, plagadas de tecnicismos incomprensibles, de eufemismos, de relativizaciones de causas y efectos, con sesgos paralelos a las intenciones del respondedor, no dejaba lugar a dudas: no se sabía.

No pide uno sensatas razones que expliquen el nefasto acontecimiento, solo se deja invadir por la tristeza, una tristeza atrapada en el pecho; que no drena, porque sendos nudos te han brotado en el estómago y en la garganta. Es la misma pena que te abruma cuando un ser querido muere. ¿Acaso era un ser querido? «¡¿Cómo es posible que esto haya ocurrido?!», gritas con indignación tardía. Gritas y nadie contestará porque nadie oyó. No hay culpables. ¿No hay culpables?

¡Estad atentos, maldivos, Neptuno no juega!

No, nunca más nadie podrá desembarcar en Cayo Pelón. Consuela pensar que quizás le espera el destino de convertirse en otra «piscina natural», donde los futuros bañistas flotarán caminando, como en Los Juanes. Quizás no, eso es contingente.

Razón tenía Heráclito.


Cayos frente a Chichiriviche. A la derecha, Cayo Peraza, 
a la izquierda Cayo Muerto, abajo, Cayo Pelón.
Captura desde Google Earth, dic. 2019.



Antes de la desaparición.
Imagen tomada del blog Morrocoy paradisíaco.



Durante la desaparición.
Imagen tomada del blog Morrocoy paradisíaco.



Después de la desaparición.
Imagen tomada del blog Morrocoy paradisíaco.



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Enlace con fotografías de las tres fases del desafortunado evento: antes, durante y después:
http://morrocoyunlugarparadisiaco.blogspot.com/2011/03/cayo-pelon.html

Enlaces relacionados de interés:
https://es.wikipedia.org/wiki/Parque_nacional_Morrocoy
https://es.wikipedia.org/wiki/Cayo_Pelón
https://www.viajarcomeryamar.com/el-parque-nacional-morrocoy-se-queda-sin-cayo-pelon/
https://www.viajarcomeryamar.com/cayo-pelon/
https://www.venelogia.com/archivos/8379/


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