miércoles, 11 de diciembre de 2019

Nuevas panaceas, nuevos residuos.


El profesor Javier Rodríguez dictaría su segunda clase en el vertedero para polímeros de Los Hueros. Llegaron en el bus de la facultad a las diez. Cogió de su mochila un frasco de vidrio de cinco litros en el que había una muestra de metal, una de madera y otra de carne cruda y lo llenó con residuos plásticos. De una pequeña botella tomó, con un cuentagotas, un poco de fluido bermejo, espeso, y vertió dos gotas del elixir sobre los plásticos del frasco. «Tres gotas por cada kilogramo de plástico», dijo. Tapó el frasco y lo colocó en el suelo. Los alumnos estaban intrigados. «Al terminar la clase, veremos qué pasa con el plástico. Comencemos».
—¿Qué es el líquido rojo, profesor?
—Al final de la clase os contaré. Ahora daremos un paseo por el vertedero. Aquellos que hayáis traído zapatos delicados quedaros aquí.
El grupo, avisado con una semana de antelación, se había pertrechado con zapatos viejos.

El docente iba recordando conceptos a sus pupilos, señalando los diferentes tipos de polímeros que ahí se acopiaban, destacando sus características e indicando el tipo de tratamiento que recibirían antes de reciclarlos para generar nuevos materiales, la mayoría de ellos polímeros. Ernesto, hijo de un empleado que trabajaba en un desguace, notaba similitudes con los metales, que también generaban metales al reciclarlos. A la mitad del recorrido, una de las alumnas murmuró: «¿Y por qué razón hicieron tanto alboroto hace treinta años?». La pregunta no tenía destinatario, era una reflexión en voz alta, pero Rodríguez pensó que era para él.
—¿Cuál es tu nombre? 
—Andrea.
—Hace treinta años la percepción que se tenía era muy distinta, Andrea. Todo fue una gran mentira, una de esas grandes mentiras que ha salpimentado la historia.
—¿Como la de que somos iguales? —preguntó Ernesto.
—Sí. Ese es un buen ejemplo. La del cambio climático, si bien era cierto que existía, se sobredimensionó por motivos económicos. Respondía a una agenda oculta.
—No entiendo, profesor. ¿Puede explicarnos eso mejor? —preguntó Andrea, perpleja.
—A ver, hay que ir más atrás. Hubo una concomitancia de varios factores, que podré detallar en el aula, en otra clase. Lo económico cobró cada vez mayor relevancia. Así, diversos sectores se aliaron para quitarle la hegemonía a las industrias establecidas, cada vez más poderosas y, algunas, inmoral, criminalmente contaminantes. La agenda del cambio climático fue la perfecta excusa para sustituir esas industrias por las de los emporios emergentes. Hay que apuntar que las nuevas tecnologías resultaron ser menos agresivas con el hábitat, pero no son, de ningún modo, la utopía.
—Pero..., pero ¿cómo explica que algunas industrias tradicionales continuaron?
—Has dicho bien: algunas. Las que anticiparon las intenciones de la competencia, investigaron y manufacturaron productos con las tecnologías llamadas a dominar. Es el caso de las de Detroit o las petroleras. Las que no adoptaron cambios fracasaron, como nuestros astilleros o las centrales nucleares.
—No puedo creer que todo eso fue un simple negocio. ¡Había cambio climático, profesor! —espetó Andrea.
—Sí, lo había, Andrea. Aún lo hay, siempre lo hay. Y lo habrá. No hay procesos industriales o biológicos, incluso geológicos, ni naturales ni artificiales, que violen las leyes de la física o de la química. Todos dejan secuelas. Pero no había el peligro que un grupo hizo creer. Además, las nuevas tecnologías también producen residuos. En nuestra próxima visita os daréis cuenta de ello.
—¿O sea que los resultados de las investigaciones estaban manipulados? —preguntó Ernesto.
—Digamos que estaban mal interpretados. Las simulaciones con inteligencia artificial, considerando múltiples variables estocásticas, demostraron que los cambios que producen los procesos humanos no son del tamaño que se pensó al comienzo.
—¿Siempre se trata de dinero, entonces? —preguntó el que estaba al lado de Ernesto.
—Sí, siempre es un asunto de dinero, o de poder o de recursos. No es por amor al planeta, salvo un grupo de románticos que sirvieron de punta de lanza en las protestas. ¿Creíais que era eso? —preguntó Javier, sonriendo—. Leed el libro del doctor Leonard Schumann, ahí lo cuenta todo. Vamos, sigamos con lo nuestro —dijo, dejando atónitos a los futuros licenciados—. Espero que vosotros seáis románticos...

Regresaron a donde estaba el frasco. Las muestras de metal, carne y madera estaban intactas. Los plásticos se habían convertido en filamentos blanquecinos, parecidos a los tallarines de arroz. En el fondo del frasco se precipitó una sustancia oscura. «La sustancia oscura es materia orgánica residual, sirve para abono. Lo blanco es celulosa», dijo mientras abría el frasco. Tomó algunos filamentos y se los comió. Ante los boquiabiertos alumnos, repitió: «Es celulosa, lechuga. ¿Queréis un poco?». Solo tres o cuatro tomaron algunos filamentos y comieron. «Sí, sabe a lechuga, ¡ja, ja!», dijo uno.
—A este vertedero, tal como lo veis, le queda poco más de un mes.
—Nunca nos dijo qué era la sustancia roja que le echó al frasco.
—Son nanorrobots orgánicos. Ahora son parte del precipitado.
—Yo vi algo parecido en una vieja película... pero los robots solo destruían objetos humanos, no producían derivados ni residuos.
—El que inventó estos nanorrobots se inspiró en una película, quizás sea la misma. Este vertedero empleará esta tecnología dentro de dos meses. Se lava el plástico, se coloca en una cuba y se le agregan los nanorrobots. Los residuos serán abono y la celulosa alimento para rumiantes. ¿Genial, no?
—¡Para rumiantes y veganos! —dijo un estudiante desde atrás. El comentario causó risas.
—La solución, como podéis ver, viene de la ciencia, siempre ha venido del mismo sitio... Vámonos, ya es hora de comer. La semana que viene visitaremos el vertedero de las baterías de los coches eléctricos,... los nuevos desechos que nos están dando dolor de cabeza. Vais a flipar al ver las montañas de baterías y su costoso proceso de reciclaje, que incluye producción de dióxido de carbono para las plantas... que ahora lo piden a gritos.


Imagen tomada de pixabay.


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