miércoles, 1 de enero de 2020

Predicciones de Evelia


Imagen tomada de pixabay.


El estudio de televisión estaba abarrotado de público. Las doscientas ochenta plazas se coparon dos horas antes de la entrevista. Fuera de la estación de televisión quedaron a la espera más de trescientas personas. Para satisfacer a su audiencia, colocaron una pantalla gigante, así podrían ver desde la calle el programa que había despertado la curiosidad de todos. A pesar del frío (el termómetro marcaba dos grados), la mayoría de la gente esperó para ver el programa en la gran pantalla. Pocos se fueron a verlo a sus hogares.

Adentro, los maquilladores le daban los últimos toques al rostro de Evelia. Había estado en la playa durante dos semanas antes de ir al programa y estaba tostada por el sol; la maquillaban para blanquearla un poco y hacerla menos morena. Pensaron los productores que su credibilidad era mayor si se mostraba algo más blanca; no deseaban que diera la impresión de pitonisa o sacerdotisa vudú. Sin embargo, sus facciones no podían esconder un pasado africano, de etnia indubitablemente negra. Estaba tranquila, como si el maquillarla para la televisión fuera algo natural y ordinario en su vida. No era así, era la primera vez que acudía a un programa de televisión. Sus predicciones anteriores las había publicado en las redes sociales y se propagaron como pólvora. Para desgracia del país destinatario de lo que anticipó, los acontecimientos sucedieron tal como lo había predicho. Ahora, un nuevo evento, la puso en la diana de las televisoras. Lo que fuera a decir, saldría publicado en la televisión antes que en las redes sociales. Hacía mucho tiempo que la televisión no se adelantaba a propagar una noticia antes que internet. Esta era su gran oportunidad.

Héctor, el anfitrión, la saludó antes de comenzar el programa y charló con ella mientras la peinaban. «¿Qué me va a preguntar?». «Le preguntaré primero cómo llegó a predecir lo que pasó y después cuáles son sus predicciones para lo que viene», le contestó Héctor. «Supongo que ambas preguntas no son difíciles para usted». «No me pregunte cosas incómodas, por favor». «No, no lo haré, no le haré preguntas incómodas. Esté tranquila». La calma que tenía cuando la maquillaron comenzaba a disiparse y a ser sustituida por los nervios. Héctor lo notó. «Cálmese. Si le pregunto algo que no quiera contestar, me hace una seña y cambiaré la pregunta. En el plató le diré cuál es la seña. ¿Vale?». «Vale». Después de peinarla, le ofrecieron un vestido enterizo, holgado, muy bonito. La tela era estampada con enormes flores rojas y amarillas sobre un fondo de hojas con distintas tonalidades de verde y cetrino. Se lo puso y salió al plató. Héctor se anudó una corbata roja y se puso la chaqueta. Estaban listos, en cinco minutos comenzaría el programa. Después de unas palabras de Héctor al público de grada y a los televidentes, presentó a la invitada y comenzó la entrevista.

—Evelia Ramírez, venezolana emigrada en el año 2017; perteneciente a la diáspora originada por la revolución bolivariana. Bienvenida a nuestro programa. ¿Es usted clarividente?
—Muchas gracias. No, en absoluto.
—Pero usted predijo hace unos meses lo que iba a ocurrir con total precisión, ¿a qué se debe, entonces, si no es clarividente?
—No hace falta ser clarividente, solo darse cuenta de los actores y de las acciones que han emprendido.
—Como por ejemplo...
—Las ansias de poder por el poder. El poder como fin en sí mismo. Ni siquiera Chávez las mostraba antes de ser presidente, pero luego... ya sabemos.

Héctor, que no estaba muy informado del proceso revolucionario del país sudamericano, quedó con ganas de más explicación.

—¿Ya sabemos? ¿Acaso después sí mostró adoración por el poder?
—Claro, ¿usted no lo sabe? A tal punto que cometió varios fraudes electorales para perpetuarse en el poder.
—Bueno, no creo que sea este el caso...
—Ya veremos si es el caso o no —interrumpió ella—. Yo creo que sí, yo veo que este sujeto adora más al poder que Chávez. ¡Y lo ostenta con arrogancia!, ¿usted no se da cuenta?

Héctor vio un mensaje en el teleprónter: «¡Cuidado!». Evelia no tenía acceso al mensaje. Él había ejercido casi toda su vida como periodista en programas de cotilleo, de farándula. Esperaba que este fuese lo mismo. Le advirtieron que se trataba de una adivina que predijo lo que iba a pasar y pasó; ahora, para tener la primicia de más presagios, tenían la oportunidad de entrevistarla. Él barruntó que sería otro programa de cotilleo, pero no lo podía dirigir hacia ello. La entrevistada lo dirigía hacia la política.

—¿Qué otras cosas vio usted para predecir lo que predijo?
—Vi similitudes con lo ocurrido en Venezuela. Fíjese, acaban de cargarse el Estado de Derecho. Junto al Estado de Derecho, necesariamente sucumben algunas instituciones. Irán luego a por más.
—¿Cómo cuáles?
—Chávez acabó con el Estado de Derecho, con las Instituciones del Estado y con la separación de los Poderes del Estado. ¿Le parece poco?
—No, no me parece poco, pero aquí no se ha dado eso.
—Se está dando. Se lo están diciendo los hechos. Están acabando con el Estado de Derecho, primero con la llamada abogacía del estado, que ya la podemos llamar abogacía del gobierno, después irán a por lo que queda del sistema judicial, por la Casa Real y por las demás instituciones. ¡Si está gobernando con unos criminales!

La última vez que Héctor había tenido una entrevista de política había sido veinte años atrás, ya había perdido la práctica y el contacto con la realidad política. Lo suyo era entrevistar a celebridades del mundo social y de la farándula. El teleprónter le enviaba cada vez más advertencias para que no se le fuera de las manos la entrevista.

—¿Por qué dice que son criminales?
—Fueron los asesores de los criminales que gobiernan en Venezuela.
—Pero eso no quiere decir que sean criminales. Los abogados defensores de los presuntos homicidas no son criminales por defenderlos.
—No. Pero los asesores, que le dieron guías de acción para el control social —por cierto soviéticas— sí lo son. Como si el abogado que usted pone de ejemplo le recomendase al cliente asesinar. Cuando usted aconseja tal o cual cosa y eso es criminal, usted es también un criminal. ¿No lo cree?

El teleprónter advertía: «¡Cambia ya!». Pero él sentía curiosidad por las cosas que diría la entrevistada sobre el caso. Se debatía internamente entre continuar la tónica que llevaban o hacerle caso a las advertencias de producción.

—O sea que lo que usted previó no fue algo que surgió por inspiración sino algo reflexionado.
—Claro. Mire lo que hicieron en La Paz. Ese modus operandi es el mismo de los chavistas. Es que parece que fueran cortados por la misma tijera, del mismo patrón.

«¡Vamos a comerciales ya! ¡Ven a la sala!», señaló el teleprónter. Hubo una pausa y Héctor se levantó y se marchó del plató. El público comenzó a hablar entre ellos, algunos en voz alta imprecando a Elvira. «Mira, Héctor, no quiero que se te vaya de las manos la entrevista. Tienes que cambiarle el rumbo», le dijo el director. «¿Este es el rating? ¿Cómo coño quieres que le cambie el rumbo?, ¡mira el rating, joder!», le dijo Héctor, señalándole la curva del índice de audiencia, que subía minuto a minuto desde que comenzó el programa. «Sí, ya la he visto, por esa misma razón, para mantenerlo alto, debes enderezar la conversación, ¿vale?». «No, creo que es una gran oportunidad. Ayudadme vosotros con el teleprónter. ¿Vale?» Y se regresó al plató. «Llama a Esteban», dijo el director a uno de sus asistentes. Esteban era el periodista especializado en política. Le solicitaría que le indicara en el teleprónter las claves para evitar que el programa se arruinase.

—Volvemos con nuestra entrevistada, la señora Evelia Ramírez. ¿Cuándo se dio cuenta de que iba a ocurrir lo que ha ocurrido?
—Hace meses me di cuenta de quién es el personaje. A las dos o tres semanas de las elecciones comencé a atar cabos, cotejar información y advertí el camino que iba a llevar el nuevo gobierno, de su evidente deriva totalitaria. Con solo conocer los socios, comunistas que «asesoraron» a Chávez y a Evo, terroristas, separatistas, ¿qué se puede esperar? El que se acuesta con niños amanece meado. Yo no fui la única, hubo varios periodistas y analistas que previeron un desastre, ninguno de ellos se tilda de adivino, estoy segura. Hubo uno que dijo que asistía fascinado a la carrera hacia el abismo que llevaba el país.
—¿Qué podemos esperar? Se habla mucho de Iberia en la UE, algunas voces piden que se le expulse del exclusivo club ¿qué piensa de eso? —preguntó él, leyendo el teleprónter.
—Una cosa son los pueblos, los países, y otra los gobernantes. Esas voces que usted dice son de los gobernantes. No todos los que piden que Iberia salga son enemigos de Iberia, ni todos los que piden que se quede son amigos. Eso es lo que le puedo decir.
—Pero, ¿quiénes cree usted que van a pedir que se quede? —preguntó Héctor, sin leer la pregunta que estaba en el teleprónter.
—No voy a dar nombres. Todos los conoceremos. Esos son los interesados en el contubernio con el dinero, bien o mal habido, con tal de que sea mucho. Y estos criminales basan su poder hegemónico en la compra de conciencias. Para eso, necesitan mucho, mucho dinero. En Venezuela fue más de un billón de dólares el que manejaron para arrasar la nación. Lo peor para el país no va a ser que unos quieran que se quede en la UE y que otros quieran que salga. Eso no va a ser lo peor.
—¿Usted cree que el pueblo ibérico dejará que ocurra lo que ocurrió en Venezuela? —preguntó Héctor, una pregunta que leyó del teleprónter.
—Por supuesto. También el pueblo alemán dejó que Hitler hiciera lo que hizo y el pueblo cubano a Fidel y el mexicano a López Obrador. Ya el «gobierno», incluso la Corona, han hecho cosas inadmisibles y ¿qué ha hecho el pueblo? El pueblo está anestesiado con el fútbol, los teléfonos inteligentes y los programas de televisión insulsos y frívolos. Pan y circo, como dijo Juvenal.

Este último comentario tocaba las fibras de Héctor, pues su programa era de este corte, insustancial y sandio. Él lo sabía y, en ocasiones, le dolía reconocer eso. Si no fuera por los euros...

—¿O sea que el pueblo no hará nada?
—Puede ser que, a la larga, hagan algo, pero ya será tarde. Ya es tarde ahora. Esas cosas hay que abortarlas antes de que nazcan o recién nacidas, no después. Se lo digo por experiencia. Mire la historia.
—¿En qué va a terminar todo?
—Como en Venezuela, si no lo detienen. La instauración de un sistema totalitario de izquierda mimetizado de democracia. ¿Cómo es que no pueden verlo si los tuvieron aquí al lado, en la URSS, en Alemania, en Polonia, en Rumania? ¿Cómo es que votan por ellos? ¡Por favor, están más ciegos que los venezolanos!
—No comparto su pesimismo, lo lamento. ¿Nos puede adelantar una recomendación de lo que podamos hacer para evitar la catástrofe que dice va a ocurrir?
—Ninguna en particular; solo le puedo comentar que esos cánceres hay que extirparlos de inmediato al haberlos diagnosticado. Entiéndalo como lo entienda. Entienda por extirpar lo que entienda. Repasen su propia historia, para que, en caso de que la vayan a repetir, no sea por ignorarla...

En el teleprónter apareció el mensaje final por cuadruplicado: «¡Terminó la entrevista, ya!». En la sala de dirección, Esteban le dijo al director: «La quiero en mi programa. Contáctala». En las gradería, el público presente estaba anonadado. Héctor despidió el programa y a la invitada de forma súbita, sin aviso ni protesto.

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